3/1/14

Lolita, Vladimir Nabokov

Qué grandísima novela. En la charla sobre Nabokov se habló, sobre todo y sin que pudiéramos ni tuviéramos intención de evitarlo, del estilo. Nunca antes hubo tantas ganas de recordar el brillo del estilo, el ingenio asombroso con que describe Nabokov personajes, situaciones, lugares. Recorríamos las páginas adelante y atrás buscando los párrafos que con más fuerza nos habían sorprendido. Sí, sorpresa es una palabra adecuada. Admiración, mejor aún. Admiración perpleja ante el brillo de este autor. 

Aspectos de la novela como el acierto (y la capacidad) de huir de lo fácil y presentarnos a un narrador que (¡sorpresa!) nos cae a menudo bien, y de presentar a una nínfula que (¡sorpresa!) no da el tipo de ángel inocente también fueron discutidos. Su falta de autocomplacencia (la del narrador) y su culpa (ningún Dios puede perdonarlo, por más que lo intente aquel cura católico, y si ese Dios lo perdonara, entonces nada tendría sentido y todo sería un chiste), su inteligencia y sentido del humor (carcajadas), todo nos maravilla. La pobre Lolita, que se muestra dura, resabiada, es atrapada en un momento de indefensión absoluta, pero ni eso hace que Humbert sueñe con abandonar su pasión loca, aceptada, por la que sabe que pagará. Hay escenas de amor y erotismo increíbles que turban al lector. Elegimos ésta: a Lolita se le ha metido algo en un ojo. Está quejándose con Humbert en el servicio de la casa de su madre, al principio, cuando él no hace más que pensar en ella. Humbert le explica que en Europa, para sacar las partículas de un ojo, se hace con la punta de la lengua y le pregunta si le importaría que él sacara eso que la molesta, con su lengua. Y lo hace.