13/11/13

Tres cuentos de Isak Dinesen

Isak Dinesen juega con el lector con la delectación con que podemos jugar con un niño, no poniendo trampas para despistar y sorprender, sino disfrutando de cada instante del camino mientras consigue hacernos olvidar que habrá un final. Dentro de una historia, surgen otra y historia y, dentro, más. Y así, hipnotizados, avanzamos hasta que descubrimos de pronto la hondura a la que nos ha llevado cuando una especie de iluminación, un estremecimiento de maravilla nos sacude. Porque sin que nos diéramos cuenta, está hablándonos de lo más elevado y de lo más profundo. 

Porque ella es La Cuentista. Karen aprendió a contar cuentos en África. A los indígenas que trabajaban en su granja (todos recordamos Memorias de África) les narraba las más extraordinarias aventuras. Ellos, atentísimos, ojos brillantes, en un ejercicio de oralidad que en Occidente se ha perdido hace ya mucho.  

De cada uno de estos cuentos se podría escribir un ensayo, tal es la maestría que podríamos intentar desentrañar y exponer. Cómo es que cuando llegamos al final recordamos y nos damos cuenta de detalles en que no habíamos reparado y que cambian y enriquecen la lectura. Es lo que se hace con los microrrelatos. Con una carcajada de admiración vemos a Isak Dinesen hacer lo mismo con un relato de treinta páginas y siempre sin la menor trampa.

Además, la elegancia, la belleza de esta prosa. 

Además, la sabiduría. La sabiduría de las palabras de esta “mujer de edad”, como tantas de sus narradoras, que con cierta coquetería, que no disminuye en nada su magnificencia, nos trae historias que llegan al estómago, al corazón y a la cabeza. 

De entre ellas, cómo no resaltar esa Biblia del cuentista, La página en blanco (Últimos cuentos, 1957), a la que Javier Marías dedica su admiración. Personalmente, cuando descubrí este cuento hace ya muchos, muchos años, lo tecleé, lo imprimí (pantalla negra y letras amarillas) y lo pegué en la pared de mi habitación. Marías hablará mucho mejor de él: 
http://www.javiermarias.es/VIDASESCRITAS/dinesen.html.

En el grupo de lectura, leímos El joven del clavel y El acre del dolor, de Cuentos de invierno (1942), además de La página en blanco. 

En el primero, un joven escritor en plena crisis creativa, aunque todo se resuelve al final como si un niño jugara, decide huir de su vida. De su reciente esposa, a la que ha encontrado ya dormida al llegar al hotel, de sus conocidos. Va al puerto y allí cuenta historias a tres curtidos marineros. Una de las historias que cuenta es de color azul:

"Ahora puedo morir. Y cuando haya muerto, quiero que me saquen el corazón y lo depositen en este jarrón azul. Así, todo será como fue entonces. Todo será azul a mi alrededor; y en medio del mundo azul, mi corazón será inocente y libre y latirá dulcemente, como la estela que canta, como las gotas que caen en la pala del remo." Un rato más tarde les preguntó: "¿No es dulce pensar que, si se tiene paciencia, todo lo que se ha poseído vuelve a una otra vez?"

Claro que la historia sigue y nuestro héroe aprende…

En el otro, un joven de mundo vuelve a la casa familiar donde presencia una tragedia. ¿Tragedia? Esta historia es de una envergadura apabullante. Isak Dinesen no sólo era una gran narradora, sino que dirigía siempre su atención a lo más arduo de la existencia. 

Hubo, lógicamente, diferencia de opiniones, pero que en un taller de lectura alguien, más de una persona, declare su amor absoluto y eterno por Isak Dinesen con una pasión que cada vez es más difícil de encontrar para las “personas de edad”, es un éxito que no se mide.